Moverse en el Filo y Caer al Precipicio: La Superficialidad Anodina de Her, por David Amorós
Los dos primeros largos dirigidos por Spike Jonze nos revelaron uno de los caracteres más alucinantes y talentosos del reciente cine americano. Tanto Cómo ser John Malkovich como Adaptation. (El ladrón de orquídeas) nos explicaban historias de egos terribles y de procesos de creación dolorosos que pese a la correcta dirección, no nos engañemos, basaban la mayor parte de su genialidad en un guión muy original y que funcionaba en lo íntimo pero también en lo universal. Pero Charlie Kaufman (guionista de ambas y de otra maravilla que por aquí se tituló ¡Olvídate de mí!) dio el salto a la dirección (con un resultado mucho menos genial que en las películas aludidas) y dejó a Jonze y a su otro gran beneficiado, Michel Gondry, con la obligación de construir sus propios guiones para sus películas. Y claro, nada fue lo mismo.
Dejemos a Gondry que hoy no toca
y hablemos de Spike Jonze y en especial de su última película, la mediocre y
fallida Her (tras la también bastante lamentable Dónde viven los monstruos que
hacía presagiar que el Jonze escritor era insulso y falto de talento). En Her,
Jonze nos propone una temática a priori muy atractiva pero que, por moverse en
los límites de la credibilidad, necesita de un tacto genial a todos los niveles
para no caer en lo ridículo. En un futuro cercano un hombre sensible que ha
sufrido una ruptura amorosa se convierte en un solitario inadaptado y termina
por enamorarse de un programa informático de última generación con voz de mujer
que en su afán por asemejarse a los humanos también se enamora (o cree haberse
enamorado) de él. La idea de mostrar como en el futuro nos vamos aislando con
la tecnología hasta el grado que la película explica podría haber resultado francamente
genial y reveladora. Pero el resultado deja mucho que desear.
Para empezar tenemos que ubicar
al personaje de Joaquin Phoenix (lo siento, pero me parece muy sobreactuado,
como tantas veces). Y claro, el tío era un hombre genial y vital y la alegría
de la huerta hasta que fíjate tú, la buena de Rooney Mara lo abandonó. Para
mostrar tan terrible desgracia vamos a tirar de flashes, cada uno de los cuales
es un vergonzoso tópico, acompañados de una lamentable fotografía teóricamente
preciosista con mucho rayos de sol (cuánto daño ha hecho Malick al cine
reciente), pero permitidme, muy cursi, muy poco personal, en que se vea lo
doloroso de la ruptura y nos haga sentir la pena necesaria por ese ser que
ahora es el pobre Phoenix, devastado. Como está tan solo termina por mantener
una relación de cierta amistad con un programa informático con voz de chica (la
de Scarlett Johansson) de la que termina por enamorarse. Todos los tópicos de
robots que ansían tener sentimientos están aglutinados en la intención de la
Scarlett por sentir, por amar, por descubrir las cosas de que gozamos los
humanos y los sistemas operativos se pierden (sic). Muy original todo, como
podéis ver. Y la voz de Scarlett de pavoneo continuo (incluso su torpe canción),
chirriante, indigna de un “ser” teóricamente superior, no hace más que
estropear el presunto encanto de esa señorita ¿artificial? que ansía
evolucionar a otro estado. Pero aún y así podría haber buenos momentos. Jonze
no dirige mal, el tema podría llegar a ciertas verdades, a momentos de tristeza
generacional. Pero no. La mayoría son ridículos. Esa escena con fundido a negro
con los dos amantes haciendo el amor da tanta vergüenza ajena que me sentí
incómodo en mi butaca de cine. El Phoenix loco de desamor corriendo y tropezando
por ese LA brumoso (un acierto de la película, que por cierto ya se ha hecho en
2574 ocasiones en cine) es de traca y ese picnic con otra pareja ni os cuento.
Los ataques de celos de la señorita instalada en el ordenador no tienen ninguna
justificación. No solo tiramos de tópicos si no de trazo grueso en todos los
aspectos de la película. Tiene que haber celos, pues los hay, aunque estén
metidos con calzador. Solo el buen hacer de Amy Adams podría conmoverme (si no
fuese porque su historia está mal construida y con golpes de efecto
interesados).
En fin, un despropósito, una pena que me desilusionó muy pronto y
que me aburrió de forma escandalosa. Y lo peor, ya no confío demasiado en lo
siguiente de Spike Jonze. Veremos…
All You
Need is Love, por Ciudadano Noodles
Dejemos claro desde el principio el camino a elegir. La
última gran película de Spike Jonze, Her (la anterior era un desastre y ahí si
coincidimos amigo), la podemos apreciar de dos maneras. Unos promulgan el
sentido distópico de la historia. Un cuento futurista en donde la tecnología
campa a sus anchas absorbiéndolo todo. Las personas han dejado casi de serlo
para dar paso a una revolución de las máquinas. Es curioso, como otro nombre
importante como el de Terry Gilliam basa su discurso de su nueva y excelente
película The Zero Theorem en eso, en la extrema esclavitud tecnológica.
Pero lo
que nos atañe ahora es la película de Jonze, con una ambientación a caballo
entre lo vintage y por qué no decirlo diseño Ikea, trasportándonos a un
futurista y triste Los Ángeles en cromado color pastel y repleto de rojo y
naranja, sol y atardeceres. Ciudad perfecta en la que no apreciamos coches y en
donde los apartamentos son perfectos. En
este aspecto mucho tiene que ver la excelente fotografía de Hoyte van Hoytema. Ambientación
y vestuario (¡esos impagables pantalones por encima de la barriga!) se mezclan
de manera notable.
Pero donde sobresale Her por encima de todo y es el camino
que hay que coger y aferrarse fuertemente a él, es en la historia de amor y
soledad con mayúsculas que nos cuenta. Y es que en las cosas más sencillas es
donde radica la belleza, y si no que se lo pregunten a Jep Gambardella.
Spike Jonze ha creado una extraordinaria historia de amor. En
Her asistimos a las múltiples facetas que ofrece este sentimiento tan
maravilloso y doloroso al mismo tiempo. Porque no solo habla del amor de un
tipo extraño y una máquina, no. Habla de la ruptura, de cómo superarla, del
posible amor que tenemos a la vuelta de la esquina, y como no de la soledad. La
pérdida del amor genera un angustioso sentimiento de soledad tan grande como el
mismísimo LA.
El personaje de
Theodore interpretado (otra vez) de forma excepcional por Joaquin Phoenix es
uno de tantos seres solitarios y melancólicos en plena transición de ruptura,
que deambula en busca de amor o de sexo, o de lo que diantres sea en sus días
melancólicos y noches solitarias. Como decía antes un tipo raro y especial, pero como dice un personaje en la película
“¿no son raros todos los que se enamoran?, una locura socialmente aceptable”. Phoenix
nos ofrece una desgarradora interpretación llena de emoción y sentimientos que
vuelve a proclamar al actor como uno de los mejores de su generación.
Dos amores secundarios, el pasado encarnado en Rooney Mara, y el futuro-posible en el papel de Amy Adams.
Dos papeles que aportan a la vida de Theodore el desasosiego y el consuelo,
sencillos pero necesarios. Y luego, claro está, el amor principal, Samantha. Y
oh! Sorpresa, es un sistema operativo al cual presta la voz Scarlett Johansson,
y que vemos literalmente. Porque al igual que un libro nosotros tenemos ventaja,
sabemos quién es y ponemos imagen a la tecnología.
La relación comienza con incertidumbre, pero poco a poco
vemos cómo se va gestando una historia de amor tan especial como bella y
delicada. Una historia universal en donde hay cabida para el amor, el sexo y
los celos. Momentos, secuencias y escenas tan extraordinarias como la primera
noche de amor, que acertadamente el director funde en negro para dejarles a
solas, o el terrible alquiler de un cuerpo para hacer efectiva su relación. Una
secuencia que directamente nos provoca terror y lástima.
Al igual que otros no humanos como Hal 9000 de 2001, o el
replicante Roy de Blade Runner, este sistema operativo, Samantha, intenta
revelarse y ser algo más. Busca la vida real, el contacto con la persona amada,
su aliento, su calor. Samantha anhela y
ama un sueño, al igual que Theodore, el cual busca su salvación a través de la
tecnología. Dos metas difíciles de conseguir, flirteando con la no-realidad
pero encontrando el amor más apasionado.
Y es que Spike Jonze nos muestra una conexión-desconexión emocional
primorosa, rodada con una especial delicadeza y melancolía que se apodera de
nosotros. El fino humor que ligeramente aparece queda enterrado ante la
apasionada historia de amor y soledad que se nos muestra.
Jonze rueda este nuevo enamoramiento como un nuevo proceso
de aprendizaje, tanto para el humano como para la máquina, indagando en todo
aquello que la vida nos ofrece y que debemos percibir en nuestros sentidos.
Her no es ciencia ficción, es una realidad reconocible. Es
amor, es el peligro ante una de las peores condenas para el ser humano, la
soledad. Son los recuerdos, tan presentes una y otra vez en cada una de
nuestras vidas. Pero sobre todo es gran cine, una pequeña y sencilla historia
de amor aderezada con el estímulo de un hipotético futuro.
Her acaba en una azotea con dos seres perdidos en el
universo pero más cercanos de lo que ellos piensan, tan solo una pared les
separa. El amor tan caprichoso como siempre.